El Estado de Israel es el brazo armado del imperialismo norteamericano

“Donde hay opresión, hay resistencia” – Mao tse-tung

El Estado de Israel es el brazo armado

del imperialismo norteamericano y garante del

 imperialismo europeo en Oriente Medio

El Estado de Israel nació en el año de 1948 de manera artificial desde el punto de vista histórico, que no político, como fruto de diversas circunstancias, entre ellas: el término de la II Guerra Mundial y la dispersión del pueblo judío, la decadencia del imperialismo inglés en la zona y el apoyo político del imperialismo norteamericano como medio para defender sus intereses económicos y geopolíticos en Oriente Medio. La alianza del capital monopolista norteamericano y la burguesía nacional judía se dejó sentir en la legalidad burguesa internacional con la proclamación de una Resolución de la Asamblea Nacional de las Naciones Unidad recomendando en 1947 la partición de Palestina en un Estado Árabe y un Estado judío con una moneda común, un mercado común y autoridades políticas de coordinación conjuntas. El 14 de Mayo de 1948, con la terminación del mandato británico de Palestina, David Ben-Gurión aceptó la partición y declaró el establecimiento del Estado judío, reconocido rápidamente por los Estados Unidos de América. A continuación se apresuraron a reconocer a Israel la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Irlanda y Sudáfrica.

El Estado israelí se construyó en detrimento de los intereses históricos del pueblo palestino pues se cimentó en su propio territorio a sangre y fuego con la anexión de Cisjordania y Jerusalén Este al término de la I Guerra árabe-palestina con un balance de 700.000 palestinos expulsados de su tierra y convertidos de la noche a la mañana en refugios políticos en diferentes estados árabes. A partir de ese momento se han ido cometiendo todo tipo de atrocidades y masacres con el objetivo de aumentar la diáspora palestina y el ensanchamiento del Estado israelí mediante una política de asentamientos de colonos que han ido fortificando los guetos en el interior de Palestina, apoyados por el ejército que no ha cejado de reprimir cualquier intento de resistencia activa a dicha represión y ocupación criminales.

El derecho internacional burgués reconoce el derecho a la creación de Estados-nación por medio de la autodeterminación, pero en la fase imperialista del capital ese derecho es arbitrario debido a los intereses del capital monopolista que reconoce ese derecho en unos casos pero no en otros; claro, no por medios legales sino de oportunidad, es decir, para evitar males mayores. Palestina es un caso paradigmático de lo que decimos pues la ONU lo reconoce pero la realidad no lo permite, mientras que en los Balcanes sí pudo ser: se hizo efectivo tácitamente porque le interesaba tanto a EE.UU. como a la U.E. en detrimento de Rusia. Y es que hasta el derecho burgués también está “sometido” al fuego de las armas haciéndose concreto lo abstracto, es decir, de acuerdo a los intereses de los distintos actores burgueses involucrados en los acontecimientos históricos. La ONU, como representante de la legalidad internacional burguesa, se hace eco de dicha contradicción entre la legalidad formal y legalidad real que caracteriza al régimen democrático burgués, resolviendo que en el caso de Palestina es acreedora histórica de su propio Estado, pero en el desarrollo de la contradicción enmudece ante Israel y EE.UU. que desoyen dicha resolución, apostando por el derecho de las dos partes a coexistir en un mismo territorio, usurpado mediante violencia, como Estados soberanos.

A partir de esta condición viene la realidad, que no es otra que la no aceptación de una de las partes, Israel y sus apoyos políticos, fundamentalmente EE.UU. y la U.E., en donde está integrado el Estado español acatando sus acuerdos. ¿Cómo se resuelve esta situación? Este es el meollo de la cuestión en donde entra en juego el proletariado como sujeto revolucionario.

La masacre a que está siendo sometido el pueblo palestino por parte del Estado de Israel con el beneplácito de EE.UU. y la complacencia de UE no está desvinculada de la guerra en Ucrania por su común carácter imperialista, aunque en Ucrania se enfrentan dos imperialismos por el reparto del mundo. Todavía es pronto para determinar si la guerra de Israel contra el pueblo palestino (por más que Israel le llama contra Hamás) pueda extenderse y convertirse en interimperialista, pero lo que sí está claro como el agua limpia es que se va ampliando el escenario para una futura guerra mundial, por un lado, y ensanchando la brecha que abone las condiciones para que el proletariado tenga que optar entre su emancipación o seguir postrado ante los intereses de la burguesía que lo lleva inevitablemente a una carnicería, por otro lado. Esta disyuntiva tardará más bien poco que mucho dependiendo de que la cosmovisión comunista salga de su profunda crisis de identidad en que se debate entre el fin del ciclo de Octubre y una nueva formulación revolucionaria una vez reconstituido su proceso de clarificación y corregido sus profundos errores del pasado a través de la lucha de dos líneas.

En cuanto al conflicto de Palestina la solución no pasa por aceptar las dos alternativas que propone la burguesía: una, la de Israel y EE.UU., que supone acabar con el contrario, el pueblo palestino como tal pueblo para seguir controlando económica y políticamente la zona de Oriente Medio (obsérvese sin ir más lejos el interés por los yacimientos de gas frente a las costas de Gaza), y otra, la de la U.E., que proponen la coexistencia de los dos Estados en un mismo territorio siguiendo el criterio marcado por el derecho internacional (a esta alternativa se acogen tanto las fuerzas socialdemócratas como reformistas-progresistas). Los comunistas deben seguir otro camino, el camino que le marca la teoría marxista-leninista: debemos tener en cuenta tanto el carácter de clase de toda acción proletaria (los intereses históricos de la clase) como la defensa a ultranza del internacionalismo proletario dado que el proletariado tiene los mismos intereses en cualquier parte del mundo: la destrucción de las condiciones de su explotación y la construcción del socialismo como condición histórica para el comunismo.

De ello se deduce que la primera medida en el análisis de cualquier guerra es la determinación de su carácter, que desde el punto de vista del opresor es burguesa. En este sentido, es completamente FALSO que la guerra sea contra Hamás, como dice el Estado israelí y repiten como papagayos los mandatarios occidentales, acusando de terrorista  la resistencia a la ocupación que ejerce política y militarmente, o tildando de antisemita cualquier denuncia al estado sionista. La segunda es determinar quiénes son los amigos del oprimido, que en el caso de Palestina debe ser la alianza estratégica entre el proletariado palestino y el israelí: para lograr poner fin a la ocupación primeramente hay que sacudirse la influencia del fundamentalismo islámico y la destrucción del Estado de Israel para llevar a a cabo la revolución proletaria bajo un mismo Estado de carácter proletario. Para empezar, la tarea del proletariado israelí es desobedecer a su propio Estado no apoyando la masacre palestina; y en el caso palestino, su proletariado debe romper con las amarras que lo atan a la cosmovisión religiosa del mundo, que lo arrincona a ser sujeto pasivo en favor de una élite redentora.

A tenor de los hechos esa realidad no es posible ahora, pero no por ello hay que callar y dejar pasar los acontecimientos lamentándonos amargamente. Esa no debe ser la actitud de los comunistas porque si somos comunistas es para cambiar el mundo, En estos momentos debemos ser conscientes de que lo que podemos hacer es, además de expresar nuestra opinión denunciando al opresor, transformar nuestra debilidad en fortaleza: la área fundamental de los comunistas es destruir el imperialismo capitalista que hoy pasa por la reconstitución ideológica y política del comunismo.

¡Viva la lucha del pueblo palestino contra la ocupación sionista!

¡Por la alianza proletaria palestino-israelí!

La patria del proletariado es su clase,

Su tarea es la Revolución Proletaria Mundial,

Su meta es la Sociedad Comunista

 

Pedro Sánchez, el estadista

 

El presidente del gobierno español se está postulando para un puesto de mayor lustre y tronío  más allá de las fronteras nacionales. Para ello le está imprimiendo a su misión una mayor presencia en el contexto internacional. Sus aspiraciones de altos vuelos, propio de un “gran estadista”, queda demostrado por la impronta que le da a su figura, con un manejo de la situación para aparecer siempre por encima del bien y del mal como si de un espíritu celeste enviado de los dioses se tratara.

Pedro Sánchez, grande de España, se está trabajando su entrada triunfal en los escenarios internacionales, en donde es fundamental cierto verbo florido asociado a un semblante angelical que envuelva, cual papel de celofán,  la dura realidad mundial, agregando al conjunto grandes dosis de hipocresía y cinismo, esa hipocresía burguesa que llaman diplomacia y que caracteriza la política imperialista.

Dos ejemplos entre cientos que se pueden dar:

* Pedro Sánchez es un atlantista redomado que no se cansa en vanagloriar las bondades de la OTAN Repitiendo machaconamente de que es una organización defensiva para garantizar la paz y la seguridad y los valores occidentales en un “mundo basado en reglas”.

El estadista no se oculta para defender con ahínco la necesidad del aumento solidario del gasto militar vía presupuestos generales con el fin de salvaguardar los intereses del bloque imperialista occidental frente a cualquiera que lo cuestione.

* Es un utilitarista irredento, sin ningún escrúpulo para cambiar de opinión y posición cuando la ocasión lo requiera, adecuándola en cada momento al sempiterno interés nacional, que no es otro que el de su clase, la burguesía.

Mientras que para Oriente Medio defiende la coexistencia de pacífica de dos Estados, palestino e israelí, como única solución al conflicto; en el Magreb, se enemista con Argelia, histórico suministrador de gas al tiempo que entrega la soberanía del pueblo saharaui al modélico sátrapa marroquí.

El estadista que se precie tiene la particularidad de adecuar su discurso en función del auditorio, introduciendo matices pero siempre defendiendo y gobernando para los de su clase.

Su aparente progresismo social no es más que una pose para encandilar a los incautos y ocultar la verdadera cara del imperialismo. En definitiva, lo que estamos viviendo en estos tiempos aciagos es el peaje que paga el proletariado desorganizado para mayor disfrute de la burguesía y sus lacayos, la aristocracia obrera.

 

 

 

 

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