Así de chusco se puede expresar el parlamentarismo, aunque es bien sabido por todos los que, de una u otra manera, están en el ¨mundillo¨ político que eso es sólo la representación superficial de la democracia burguesa.
Al igual que en la Roma antigua, espejo de la sociedad esclavista, donde se exhibía en las arenas de los anfiteatros el cuerpo semidesnudo de los gladiadores frente a frente en un duelo a muerte o ante las fieras para ser despedazados como deleite y regocijo de los plebes ignorantes, en la Democracia burguesa, como espejo de la sociedad capitalista, se recurre a la liturgia del voto universal como “obligación nacional” para los “ciudadanos” de la sociedad burguesa (término que elimina la existencia de las clases antagónicas en las sociedades divididas en clases), con el objeto de crear la falsa ilusión de que todos los “ciudadanos” son libres e iguales.
¿Qué ha cambiado la sociedad burguesa con respecto a la Antigua Roma? Formalmente que la sociedad esclavista estaba dividida en personas libres y no libres. En la sociedad burguesas todos somos iguales ante la ley, es decir, “solo” existen personas libres con los mismos derechos jurídicos y políticos. Pero eso es, como decimos, tan solo una formalidad en las sociedades divididas en clases. La desigualdad no depende de las relaciones jurídicas sino de las económicas, del sistema económico imperante, el cual determina las relaciones jurídicas. No existe independencia real entre lo económico, lo político, lo jurídico, lo ideológico y lo militar ya que forman un todo, en donde lo determinante es lo económico, expresada como relaciones sociales de producción (es el abc del comunismo).
La desigualdad social no es un hecho individual, en donde domina lo biológico. No depende de sus condiciones genéticas sino de las condiciones sociales de producción que determinan a los individuos en clases: se pertenece a un estrato social por la condición y función económicas, por ser o no propietario de medios de producción para explotar fuerza de trabajo ajena. Y esto jurídicamente se corresponde con el reconocimiento a la propiedad privada (en la sociedad burguesa, capitalista), que el derecho constitucional burgués consagra como inalienable, es decir, que no puede ser restringido o modificado por las leyes humanas.
Esto lo saben los dirigentes y funcionarios políticos, tanto los que se declaran de derecha como los de izquierda, pero burgueses por sus hechos, es decir, por su posición política en cuanto al vigente régimen de producción, no por sus diferencias en cuanto a ese régimen. Las diferencias entre unos y otros que conforman el arco parlamentario no los hacen distintos en su esencia sino en cuanto a sus formas ya que, recurriendo a un símil pictórico, se acepta el color – sociedad basada en la explotación del proletariado por la burguesía-, aunque con diferentes tonalidades -diferentes concepciones de la gobernabilidad, basada ésta en cómo rentabilizar la inversión del capital a nivel social-. Son estos los márgenes a los que se reduce el derecho universal de la libre expresión política burguesa. No nos engañemos, a esto se reduce toda la fraseología del discurso burgués, con la finalidad de crear la ilusión en los miles de millones de explotados de ser personas libres expresando su libertad cuando depositan su voto en las urnas que controla la burguesía. Su objetivo es legitimar popularmente la explotación y opresión a que los somete. Es precisamente en ese acto cuando de verdad el proletariado no se diferencia del esclavo: ambos rehenes de creer que algún día serían libres pues su suerte cambiaría, unos por el advenimiento del Mesías, otros por el desarrollo de la Democracia. Ser libres sin romper sus cadenas que les ataban a la explotación de su régimen de producción. El esclavo soñaba en la libertad pero no logró emanciparse, aun dejando de ser esclavo, pues se convirtió en otra clase explotada con el advenimiento de unas nuevas relaciones de producción basada en otro tipo social de explotación. El proletariado no tiene por qué soñar al modo del esclavo, sino que tiene la posibilidad de emanciparse por fin al tomar en sus manos las riendas de su propio destino: convirtiéndose en partido político revolucionario dirigido por el marxismo-leninismo, como se ha podido demostrar históricamente con las revoluciones bolchevique y maoísta..
El revisionismo trata de apartar y alejar al proletariado de esa posibilidad es decir, prescinde y lucha contra la convicción de la necesidad de la guerra de clases para que el proletariado se pueda emancipar, entregándose sin rechistar a los designios de la burguesía. El revisionismo, en sus distintas variantes, ha perdido toda confianza en la revolución proletaria porque considera que la clase obrera es débil y que el imperialismo es todo poderoso e invencible. Pero esa confianza de la que hablamos no es ciega, no es que los que todavía creemos en la sociedad sin clases estamos poseídos por un sueño idílico radicalmente distinto al presente, sino que comprendiendo el desarrollo materialista y dialéctico de la Historia lo aplicamos a la realidad social del capitalismo para transformarla con una política revolucionaria en la que el proletariado revolucionario es el dirigente de su revolución: la revolución que hará temblar al mundo capitalista y el principio de la construcción de la sociedad sin clases, el comunismo.
El revisionismo es en esencia una abdicación de la línea proletaria en favor de la burguesía, poniéndose a sus órdenes y haciéndole el trabajo sucio allí donde no pueden llegar con toda su intensidad, la vanguardia comunista y los obreros con conciencia de clase. Con su teoría burguesa de la conciliación de clases -donde el mito del voto universal es el paradigma de la revolución burguesa pero no de la proletaria-, quiere llevar al proletariado a un callejón sin salida en pos del interés burgués de la rentabilidad del capital, pensando que cuanto mayor sea la rentabilidad del capital mayor será el margen para mejorar las condiciones de vida y trabajo del proletariado (ocultando intencionadamente que la rentabilidad del capital no tiene por qué ver con la mejora del salario, por ejemplo, pues puede aumentar el salario y, a su vez, aumentar en mayor medida la tasa de plusvalía por el aumento de la tasa de explotación).
El revisionismo a lo único que se puede agarrar para convencer a los obreros de la necesidad de la conciliación de clases es a esta vil patraña. No tiene otro asidero que la “ignorancia” del obrero común, por su condición en el régimen capitalista de producción, y la desmovilización a que le somete con argumentos económicos (de que la colaboración con la burguesía les reportará compensaciones salariales) y políticos (de que apoyando al Estado democrático reportará estabilidad constitucional para una mejor convivencia ciudadana). De este núcleo ideológico parte el argumento tramposo que utilizan para defender el sistema electoral y participar en cualquier tipo de elecciones democráticas, dado que ello es una oportunidad para ir conquistando espacios de poder. Su lema general, en este sentido, es: ¡Trabajadores participad en las elecciones para elegir a vuestros representantes! ¡Votad a nuestros candidatos y candidatas o, en su defecto, a los de los partidos de izquierda!. Repiten una y otra vez como cotorras que si se vota a la izquierda se irá debilitando al poder de la derecha y, por lo tanto, espacio de poder para mejorar las condiciones del pueblo trabajador. A la revolución por las urnas.
La función con más calado político del revisionismo es la de ir mellando entre los destacamentos de vanguardia del proletariado de la imposibilidad de la revolución tal cómo lo concibieron Marx, Engels, Lenin y Mao, pues como intentan demostrar con argumentos falsos, el imperialismo ha cambiado las condiciones de la revolución, adecuadas a la fase librecambista del capital. Su teoría, como se puede comprobar en los documentos de los Congresos del PCPE y PCTE, es que el imperialismo, como fase transitoria del capital, evoluciona directamente con la intervención del Estado (burgués) hacia el socialismo. Hay que aclarar, al respecto, que el revisionismo concibe el Socialismo como la organización social fruto del proceso de nacionalización de las principales ramas de la producción, pasando de manos privadas, del capital financiero, a manos del Estado, capital público, que sería el órgano que planificara la economía nacional sin ánimo de lucro privado. Este tipo de “revolución” tiene más de gestión administrativa que de otra cosa pues lo único que cambia desde el punto de vista económico es la titularidad de la propiedad, pasando de ser privada a pública, pero no las condiciones de la producción, las relaciones sociales de producción, que es donde reside el carácter de la explotación de la fuerza de trabajo ajena, origen de la plusvalía, el control y la dirección del proceso de producción, que es en donde reside la planificación de la producción y el reparto de lo producido, y la división social del trabajo, que es en donde residen las condiciones de la existencia de la reproducción de las clases sociales.
El aspecto central de la revolución en cuanto a su carácter político tiene mucho que ver con la concepción de la construcción del partido, en nuestro caso reconstitución, y la forma de construir el nuevo poder de clase. En este sentido el revisionismo es explícito: concibe el partido como la organización técnica-administrativa de la vanguardia, dejando a las claras que el motor de la revolución es el movimiento espontáneo-sindicalista de las masas, arrogándose el “partido” la dirección del proceso de la toma del poder de los órganos del Estado (burgués) por la combinación democrática de las urnas y la presión popular de las movilizaciones en las calles y huelgas en las empresas. Como se puede comprender en este contexto ideológico de traición a los principios revolucionarios del marxismo-leninismo no tiene cabida el concepto de guerra popular, condición necesaria para destruir el viejo poder de la burguesía a la vez que se construye el nuevo poder del proletariado, base en que va a descansar la Dictadura del Proletariado.
La decisión en las actuales circunstancias históricas sobre la participación en las elecciones burguesas es una de las decisiones principales de las organizaciones comunistas. Situarse en el mismo campo de la burguesía de llamar a la participación de las masas obreras en las elecciones es un crimen pues se está favoreciendo el poder político de la burguesía y debilitando ideológicamente al proletariado al crear ilusiones entre los trabajadores que las instituciones burguesas son neutrales, es decir, que pueden servir lo mismo para los explotadores que para los explotados mediante la promulgación de leyes que protejan el bien común. La posición adecuada a la participación es oponerle el boicot, es decir, no sólo llamar a que no se vote sino explicar que el Estado es el instrumento de dominación y opresión por excelencia de la burguesía y que, por eso, hay que desobedecerlo. El objetivo de la acción política del proletariado es el Estado imperialista, la organización política de la burguesía como clase dominante.
El Boicot que, en un principio, puede parecer que es llamar a no votar debe comportar una actitud más amplia, de acuerdo a la perspectiva estratégica del comunismo, en donde se incluye el aspecto central de la tarea principal, hoy, de la revolución proletaria, esto es, la reconstitución ideológica y política del comunismo a través del Balance del Ciclo de Octubre.
Abril, 2021