Editorial

La burguesía en cada proyecto y acción que realiza deja su impronta, su carácter de clase. Con la pandemia del Covid-19 ha puesto de manifiesto que cualquier medida por la que apuesta es fundamentalmente para proteger sus intereses económicos sin importarle un ápice la salud de la población, ya que la concibe desde una perspectiva socioeconómica, esto es, en su relación con el proceso productivo. Esta es la principal razón por la que construye y organiza el Sistema Nacional de Salud como aparato especializado en la vigilancia, seguimiento y tratamiento de las enfermedades más comunes por su afectación al proceso de reproducción del capital.

En el inicio de la pandemia estuvo obligada a decretar el confinamiento general como medida de urgencia para que no se extendiera el contagio de manera generalizada sobre la población mundial, lo que hubiera provocado un colapso económico en todo el planeta por el encadenamiento de las  economías nacionales al sistema económico imperialista, ya que la fuerza de trabajo se hubiera diezmado no se sabe en qué medida, pero hubiera aumentado exponencialmente tanto los contagios que desarrolla la enfermedad como las muertes derivado de ello. Como a posteriori se ha podido comprobar, el parón productivo provocado por el confinamiento en mayor o menor medida en cada país, fue un condicionamiento de urgencia para evitar el colapso, que es lo que se quería esquivar a toda costa. Los resultados han sido relativamente positivos para la burguesía pues una vez terminada la restricción de la movilidad general, la economía se ha ido restaurando escalonadamente no sin pequeños sobresaltos por las distintas variantes del virus que han ido apareciendo.

La carrera por crear una vacuna que combatiera el virus y relajara la pandemia (que dicho sea de paso no se sabe la trascendencia sanitaria para la población en general en un futuro no muy lejano) es otra huella de lo poco que le importa a la burguesía el bienestar sanitario de sus ¨ciudadanos¨  si no es concebida como negocio, que lógicamente está montada para sectores burgueses y pequeños burgueses con gran poder adquisitivo. La vacunación se ha programado masivamente allí donde la fuerza de trabajo asalariada está insertada en los procesos productivos más rentables desde la perspectiva de la división internacional del trabajo que divide a la economía mundial en dos partes esenciales: en países imperialistas y países dependientes.

La vacunación se ha programado masivamente allí donde la fuerza de trabajo asalariada está insertada en los procesos productivos más rentables.

Sobre los primeros se ha centrado la vacunación de modo general y con rapidez tratando de evitar la interrupción de sus procesos productivos, y a la vez proteger la fuerza de trabajo productora de plusvalía que labora en sus entrañas; mientras que los segundos se han dividido en dos clases: unos, los más comprometidos con la cadena imperialista, se han incorporado a la vacunación masiva con retraso, y otros, los más atrasados económicamente desde el punto de vista capitalista, han sido dejados a su suerte como si no existieran en el mapa y en la dirección contraria a la recomendación de la misma OMS. Las consecuencias se van a traducir en un largo periodo de retraso económico y hambrunas para la población, exceptuando a las élites corruptas que dirigen dichos países en connivencia con el imperialismo.

La tendencia de la burguesía es a la asimilación ideológica de las clases a sus intereses, uniformando el pensamiento a través de la difusión de su cultura, moldeando los individuos para que realicen aquellas funciones sociales acordes a los lugares que ocupan en la producción y en la dirección de los aparatos del Estado. Así es como ha ocurrido en el devenir histórico de su régimen de producción. Primero fue el reformismo con tintes obreristas, concretamente su corriente socialdemócrata, el que ocupó definitivamente su lugar como parte interesada en el aparato político de la burguesía a través de gobiernos elegidos por mayoría popular con el encargo de gestionar el día a día de la sociedad capitalista, para después incorporarse el revisionismo con otra tarea no tan significativa, aunque también importante para los intereses de la burguesía: ocupar escaños de los Parlamentos nacionales e internacionales y cargos en determinados aparatos del Estado burgués. Todo ello a partir de hacerse fuerte desde los sindicatos obreros en donde  propagan la ideología pequeño burguesa sobre el socialismo, entendido como redistribución de la riqueza -alternativa conceptual burguesa al socialismo científico- y en la que se esconde la conciliación de clase y el pacto social como botín por las migajas que les ofrece el régimen al que entran a servir. Tanto el reformismo como el revisionismo son enemigos de la clase obrera aunque aparecen ante las amplias masas como sus defensores, de ahí que son votados en las distintas elecciones que convoca el sistema burgués con la esperanza de que defiendan sus intereses ante la “derecha”, que identifican erróneamente como los representantes de los patronos.

En el imperialismo, entendido como fase superior y decadente del capitalismo, la existencia de capitales privados e independientes están condicionados a la explotación de fuerza de trabajo asalariada y a la competencia que establecen entre ellos, esto es, al desarrollo de sus fuerzas productivas como condición particular, y a la concentración y centralización de los capitales como condición general: son dos condiciones inexorables que le imprime el régimen económico a la existencia de capitales para su reproducción. Con el imperialismo, el desarrollo progresivo de la sociedad capitalista ha llegado a su fin, a la espera de que se desarrolle la conciencia social de dicha finitud , que aflore la conciencia científica, en los elementos más destacados del proletariado, de la contradicción en que se desenvuelve la producción capitalista, y todo ello  unido a la disponibilidad política de dicha clase para superar  el régimen de  producción que la explota y oprime: se  reconstituya el proletariado como sujeto revolucionario, como partido comunista.

Con el imperialismo, el desarrollo progresivo de la sociedad capitalista ha llegado a su fin, a la espera de que se desarrolle la conciencia social de dicha finitud.

La palanca que impulsaba a los capitales -en la fase de libre competencia- al desarrollo de las fuerzas productivas ya no es suficiente para impulsar la acumulación en la medida que necesita el imperialismo, pues la reproducción del régimen capitalista está condicionada por una mayor acumulación de capital determinada por la tendencia decreciente de la cuota de  ganancia, debiendo recurrir  a mecanismos económicos y políticos para reproducirse a gran escala, creándose el capital monopolista fruto del desarrollo capitalista en su fase superior y decadente. Fase decadente del capitalismo porque no puede reproducirse a un nivel superior al que ha llegado el imperialismo ni puede existir en un nivel inferior.

El capital monopolista tiende a relativizar la competencia a nivel general a través de la caída de los precios con respecto al capital no monopolista, aunque por otro lado impulsa la competencia con un carácter más agresivo entre los capitales monopolistas al profundizar las formas de resolver las contradicciones ya que actúa de un modo más decisivo en las consecuencias a medio y largo plazo determinando tanto las condiciones internas como externas de la producción debido a las leyes de la acumulación del capital. Si en el capitalismo concurrencial las guerras son una consecuencia del régimen capitalista de producción que condiciona la competencia entre capitales, en el imperialismo estas consecuencias se multiplican exponencialmente. Las distintas guerras locales y regionales que se han ido produciendo a partir de la Segunda Guerra Mundial al igual que la Primera evidencian este alocamiento  del capital social. Si en el capitalismo la guerra es una consecuencia directa de las condiciones de existencia y funcionamiento del capital, en su fase imperialista  se multiplican dichas condiciones pues  la reproducción del capital, abocada a la concentración y centralización de los capitales, es atravesada por la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, lo que obliga a los grandes capitales a una carrera desenfrenada por el  reparto del mundo, esto es, a disputarse las fuentes de riquezas naturales y el mercado de trabajo mundial.  La propiedad privada de los medios de producción es la causa profunda de por qué existen las guerras en el régimen capitalista, tanto si tienen un carácter reaccionario, interburgués, como si tienen un carácter revolucionario, proletario. La diferencia entre una u otra guerra es el fin que persiguen: la primera es una disputa entre las clases burguesas por apoderarse de la riqueza social, lo que impulsa a más guerras; mientras que la segunda es por eliminar las condiciones de explotación y opresión de una clase por otra, es decir, por eliminar las propias clases, y, por tanto, la guerra.

La guerra en Ucrania, como en Siria, para no retrotraernos mucho en el tiempo, tiene un carácter reaccionario, se trata de una guerra de rapiña, interimperialista, en donde el proletariado como clase internacional no debe colaborar de ningún modo, pues no tiene nada que ganar y sí mucho que perder; es más, debe oponerse decididamente contra ella sin apoyar a uno u otro bando por mucho que traten de convencernos con argumentos jurídicos o morales ocultando sus verdaderos intereses económicos y políticos por el reparto del mundo.  Cada bloque en disputa en el conflicto bélico busca ganarse a la opinión pública con el objeto de pisar fuerte el acelerador en las contradicciones del bloque contrario: cohesionar sus fuerzas y debilitar ideológica y políticamente al enemigo en el primer round para establecer una estrategia ofensiva o defensiva/ofensiva.

El proletariado no debe caer en esta sencilla pero efectiva trampa decantándose por uno de los bloques en liza o acudir al conflicto bélico como un mal menor en defensa de los valores democráticos y/o patrióticos que tanto hacen valer los burgueses para incorporar a sus filas la fuerza de choque, los que a la postre se dejan su vida o salud en la guerra imperialista, en la guerra por los intereses de los que le explotan u oprimen. Tanto un bloque, Rusia-China, como otro, EEUU-UE, se enfrentan por ocupar posiciones ventajosas en la disputa interimperialista por el reparto del mundo, que es lo mismo que decir por los intereses económicos y geoestratégicos de ambos ejes imperialistas. Para ocultar esta verdad recurren a argumentos que puedan ser digeridos por la opinión pública: argumentos jurídicos y democráticos como la defensa de la libre decisión de Ucrania de pertenecer  política y económicamente al eje Occidental, o como el que esgrime Rusia-China de la legítima defensa de proteger sus fronteras nacionales de la agresión de Occidente. Argumentos que los comunistas del mundo debemos desnudar para hacerlos ver en su verdadera dimensión burguesa: desnudar al Estado burgués como el aparato de la burguesía contra el proletariado al utilizar a éste como escudo humano, como carne de cañón en la defensa de los respectivos intereses internacionales de cada bloque imperialista.

Tanto un bloque, Rusia-China, como otro, EEUU-UE, se enfrentan por ocupar posiciones ventajosas en la disputa interimperialista por el reparto del mundo.

La burguesía sabe que las guerras son inevitables, más, que son necesarias para la supervivencia del régimen de producción pues es la forma de resolver las contradicciones internas del desarrollo capitalista, siempre que sea para defender la legalidad burguesa, los principios inalienables de la propiedad privada capitalista y de las leyes que se derivan de dicho principio. Lo que no reconoce es la guerra por la liberación de la esclavitud asalariada, que la considera ilegal a los principios democráticos o simplemente terrorista. En este sentido, la burguesía es consecuente con su régimen de producción y con su interés de clase: sabe que la guerra es una consecuencia y un precio a pagar por su régimen de producción. Es la forma de seguir escalando, de seguir perpetuando su  régimen de propiedad para acumular capital: así lo sabe y así se comporta socialmente. Sin embargo hay una corriente que niega la necesidad de la guerra en toda de sus vertientes: los revisionistas. Pregonan una y otra vez que las guerras son evitables: basta con que la población se movilice contra los conflictos bélicos para que los gobernantes hagan caso de su pueblo. Hasta la misma burguesía se ríe de ellos. El revisionismo, en su afán de eliminar la guerra por el socialismo se apodera de la ideología del pacifismo religioso, pero se alinea con su burguesía en la lucha interimperialista, la cual considera legítima para las guerras en que su burguesía no confronta de una manera decisiva. El revisionismo niega la guerra en abstracto de una manera idealista mediante la lucha por la paz en abstracto, el impulso de la diplomacia para encontrar un entendimiento mutuo entre las naciones, entendiendo que las guerras son fruto de impulsos irrefrenables, no civilizadas, de determinados gobernantes con actitudes “psociópatas”. Esta corriente acientífica la enarbolan quienes se identifican con la ideología pacifista, próxima al sentimiento religioso de “hacer el bien sin mirar a quién”.

La política de los comunistas ante las guerras interimperialistas es el internacionalismo proletario, es decir, no apoyar a ninguno de los bandos, a ninguna de las burguesías en conflicto abierto esclareciendo que ante dicha guerra la posición del proletariado es el internacionalismo proletario: el boicot en sus diferentes vertientes a la guerra, no colaborando con su burguesía nacional. La forma de lucha estratégica contra cualquier guerra burguesa no es otra que la reconstitución del sujeto revolucionario en cada país para preparar la guerra popular, verdadera guerra revolucionaria del proletariado con la que conquistar la meta de construir el Socialismo mediante la Dictadura del Proletariado, paso previo a la Sociedad Comunista.

 Qué lugar más apropiado que el Parlamento para representar el vodevil de la Reforma laboral, última obra de teatro de la burguesía española. Qué bochornosa representación de los parlamentarios para aprobar la última ley burguesa que regulará la contratación de la fuerza de trabajo lista para ser explotada por la maquinaria capitalista: unos gritaban y vitoreaban alegremente la anterior regulación regocijándose del patinazo del gobierno al someterlo al escarnio de la opinión pública por la compra de votos de dos tránsfugas, mientras que otros no daban crédito a dicho regocijo cuando los que reían mordían el polvo de su torpe operación al comprobar el errado voto del diputado Casero.  Fue un momento de risa y comicidad esperpéntica, una obra teatral de mal gusto que deslucía el pacto entre gobierno, sindicatos y patronal para someter a la clase obrera a una nueva regulación en la contratación de su fuerza de trabajo para ser explotada en situación de precariedad. La Unión Europea dio la orden de adecuar la explotación de mano de obra temporal a la nueva situación económica, y sus peones españoles han llevado a cabo siguiendo sus directrices. Fin de la comedia y la representación de los distintos actores.

 

Publicaciones relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba

Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para «permitir cookies» y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en «Aceptar» estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar