Tema IV: Violencia proletaria frente a violencia burguesa (guerra popular revolucionaria)

Tras el declive de los movimientos de liberación nacional, la derrota del proletariado en los países en que se han impulsado guerras populares (Perú, Nepal, etc.) y el ascenso del yihadismo, se está dando gran difusión propagandística a toda actuación armada contra los Estados burgueses, calificándola de terrorismo, no teniendo otro objeto que equiparar terrorismo con todo tipo de lucha armada. La fijación de esta idea va dirigida fundamentalmente contra la teoría marxista de la violencia revolucionaria del proletariado como el medio adecuado para derrotar políticamente a la burguesía y construir una nueva sociedad sin clases.

A bote pronto toda persona que tenga dos dedos de luces se manifiesta en contra de la violencia pues por la lógica de la razón el ser humano tiende a ser amante de la paz, prefiere vivir en armonía con la Naturaleza y el resto de sus semejantes que en permanentes disputas y enfrentamientos armados. Sin embargo, la violencia forma parte de la vida cotidiana como si no pudiéramos escapar de ella. ¿A qué se debe esta paradoja?

Muchas personas que son amantes de la paz, que detestan como comportamiento habitual la utilización de la fuerza en la solución de las divergencias, sostienen que la violencia siempre ha existido y existirá como si ello fuera consecuencia de la desgracia divina que acompañará al ser humano el resto de sus días. Esta creencia que traspasa al ser humano la mística de una concepción religiosa del mundo (todo es obra de los dioses) no tiene en cuenta la experiencia histórica que nos indica que la violencia social no ha existido siempre pues han habido formas sociales que estaban basadas en la propiedad común que resolvían sus diferencias por medio de normas pacíficas.

El marxismo como teoría materialista no considera la violencia social como consecuencia de la naturaleza humana, más propio de la concepción burguesa que observa al ser humano aislado de los demás y en enfrentamiento constante como medio de superación, sino que éste es producto de la sociedad en que vive: el ser humano primitivo no tenía las mismas preocupaciones y aspiraciones que el esclavo y el esclavista de la Antigüedad, ni estos con el siervo y el señor feudal del Medievo, ni aquellos y estos con el proletario y el burgués de la sociedad capitalista. El ser social es concreto para una época histórica, fruto de las transformaciones sociales, en donde el aspecto principal es su forma de producción y distribución de la riqueza creada.

Toda relación social entre clases antagónicas está basada en la violencia porque cada clase defiende intereses antagónicos, es decir, que no se pueden armonizar, aunque así lo intente hacer creer la clase dominante por medio de formas ideológicas y jurídicas-políticas para que las clases explotadas colaboren con sus intereses económicos. La violencia política que ejercen las clases dominantes en las sociedades divididas en clases sobre las masas explotadas, con el objeto de oprimirla políticamente, y la Naturaleza, para su explotación privada, es distinta en cada régimen social en correspondencia con el desarrollo de las fuerzas productivas: en la sociedad esclavista la violencia tenía un carácter predominantemente físico, basado en la represión bruta, mientras que en la sociedad feudal era preferentemente ideológica, basado en la creencia de seres superiores y eternos. En la sociedad burguesa la violencia social tiene además un soporte material, económico, basado en la tecnificación de la producción y su control social.

La reproducción de las condiciones de producción capitalista se realiza mediante un ciclo económico, a la vez necesita de unas condiciones políticas-represivas que garanticen dicho proceso, que es permanente en el capitalismo. Estas condiciones son violentas porque se tienen que ejercer necesariamente sean aceptadas o no por los asalariados en el proceso de producción, que convierte a las clases sociales, burguesía y proletariado, en antagónicas por el propio carácter capitalista de la producción: el proletariado, en el mejor de los casos para la burguesía, acepta sus funciones sociales pero discute constantemente las condiciones económicas en que están dichas funciones, la compra y venta de su fuerza de trabajo.

Se puede ejercer la colaboración de clases sin represión física siempre y cuando la clase explotada realice sus funciones sin poner en cuestión las normas de la sociedad burguesa: en tal caso estaríamos hablando de un dominio ideológico que vas más allá de lo normal entre clases antagónicas: es lo que ocurre en esta coyuntura política, como en otras, que coindice con una debilidad política-ideológica de la teoría m-l. Pero detrás del dominio ideológico extremo siempre hay una represión física semioculta en la retaguardia, que es lo que ocurre, y esa es su función, con la ideología democrática burguesa, que es considerada superior a la ideología reaccionaria-fascista por los demócratas de medio pelo (socialdemócratas, revisionistas, oportunistas, etc.) por perseguir la igualdad política en la elección de los representantes del «pueblo soberano». Las relaciones políticas democráticas burguesas son represivas aunque estén basadas en la participación colectiva puesto que el resultado de la participación es la elección por delegación, es decir, una forma de decidir el delegado sin ningún tipo de relación ni responsabilidad con sus electores. Este criterio en la elección política sigue las pautas y finalidad que reproduce las relaciones de producción capitalista, la existencia de la naturaleza desigual de las clases sociales en acción, la burguesía, propietaria de los medios de producción y dirigente del Estado, y el proletariado, desposeído de toda propiedad social y centrado en la producción de la plusvalía.

El Estado capitalista está diseñado para ser el aparato político que concentre y dirija la violencia de clase de la burguesía, intrínsica a su naturaleza social. La dirección política de dicho aparato está en mano de la burguesía, aunque se insista en que el proletariado participe en la elección de sus dirigentes mediante el sufragio universal, pues lo que se persigue es hacerla partícipe en el funcionamiento de la sociedad capitalista con el propósito de legitimarla socialmente.

Del Estado burgués hay que diferenciar lo esencial de lo superficial o accesorio. Por esencial entendemos su carácter de clase, que imprime una determinada función política que ejerce la clase dominante, es decir, la burguesía; y por superficial su actividad burocrática-administrativa, de las que pueden participar todas las clases al ocupar los lugares que se asignan para desarrollar sus funciones de acuerdo a la naturaleza de clase del aparato estatal (diferenciamos lo esencial de lo superficial en el análisis porque en el concepto forma un todo articulado). El revisionismo no tiene en cuenta estos dos aspectos de las funciones del Estado, el aspecto político y el administrativo, lo que le lleva a creer que a través del ejercicio de las funciones burocráticas puede transformar el Estado, lo cual es una quimera.

Para comprender que ello no es posible, pues no se trata de transformar el Estado en el sentido de cambiar sus aristas deformes sino de destruirlo en su integridad para construir otro de nuevo tipo hasta que se creen las condiciones de su extinción, hay que partir de una concepción del Estado como expresión histórica del desarrollo de las relaciones sociales de producción; y que, por tanto, está circunscrito a realizar las funciones propias que le asigna el modo social en que nace y se desarrolla: mantener por la fuerza la división en clase de la sociedad para reproducir sus condiciones de producción. La dirección del Estado burgués sólo lo ocupa personas perteneciente a la clase burgue-sa o convencidos políticamente que el Estado es el garante de la sociedad del bienestar, sin el cual no existiría la sociedad, la ley que rige y regula la convivencia social, sino la anarquía y el desorden, en donde prevalecería el interés del más fuerte: la jungla o el lejano oeste americano, por poner dos ejemplos.

Una vez aceptado esta concepción es fácil comprender que el Estado, por su carácter de clase y su función política, es el aparato que concentra el monopolio de la violencia de clase de la burguesía, organizándose para cumplir dicha finalidad. La doctrina burguesa sobre el Estado basa su fuerza en la división de poderes, en donde cada poder, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, actúan por separado pero articulado para autocontrolarse a través de un sistema de equilibrio en beneficio de su supervivencia y eficacia de clase. El caso de la autodeterminación de Cataluña es muy ilustrativo en este sentido pues se ve actuar los aparatos del Estado en una dirección única hasta cierto punto puesto que puede saltar por los aires la sacrosanta unidad en cualquier momento si las masas no aceptan la resolución del Estado.

El Estado, es decir, sus poderes, para hacer cumplir la legislación vigente se dota de aparatos militares y policiales sobre los que recae la defensa de la soberanía nacional, que no es más que un eufemismo para ocultar la soberanía de la burguesía sobre el proletariado. Tanto el ejército como los cuerpos policiales tienen por misión defender el orden constituido, es decir, la defensa de las condiciones de la producción capitalista, encubierta bajo categorías sociales que hacen creer a las amplias masas populares que nada tienen que ver con la realidad en que viven, fortaleciendo la creencia que el Estado les protege del caos en que vivirían si no existieran empresas de carácter privado y la asistencia social de carácter público que garantizan, dicen, una vida más digna y próspera. Un ejemplo palmario que demuestra lo que decimos es la idea que tienen millones de trabajadores en que los impuestos del capital (IRPF, IVA, etc.) son necesarios y se justifican por sí mismo por la atención que reciben como distribución de justicia social, cuando la realidad es que pagan un impuesto por ser explotados, es decir, se le requisa una parte de su salario después de haberle extraído la correspondiente plusvalía que se lo apropia el capitalista de manera gratuita. Lo que no saben estos millones de trabajadores es que esta requisa se emplea para sostener a ese Estado «democrático» que lo oprime y que tan buen servicio le hace a la burguesía que lo controla y dirige.

La ideología y política oficial burguesa empapa las cabezas de las amplias masas obreras con creencias que no están justificadas pero que cumplen la función por las que son creadas: inmovilizar a dichas masas encadenándolas a la defensa de la legislación vigente (burguesa). Sin embargo ello no es totalmente suficiente ante la gigantesca explotación a que es sometida que envilece, embrutece y empobrece su existencia frente a la opulencia y el derroche en que viven los capitalistas. Esta situación se hace explosiva en determinadas circunstancias jugando un papel catalizador de los movimientos espontáneos de la clase obrera, lo que es considerado peligroso por la burguesía aunque no necesario por sí solo para la adquisición de la conciencia política, condición para articular y desarrollar una praxis revolucionaria de clase. Por ello es necesario recurrir a ideologías alternativas con el objeto de amortiguar esas explosiones.

Una de estas ideologías alternativa es la pacifista, que se presenta como una opción universal de los oprimidos para luchar contra los opresores. Esta ideología, por su contenido y finalidad, es burguesa aunque se presenta socialmente como reacción de las clases oprimidas que luchan contra la clase opresora sin avivar las condiciones de la violencia porque creen, y así lo justifican, que la violencia engendra más violencia, lo que repercute negativamente en contra de quien la ejerce por ser más débil. La ideología pacifista rechaza tajantemente toda forma de violencia de clase para resolver los conflictos sociales, destacando que la mejor manera de abordarlos es el diálogo en beneficio de conseguir acuerdos que beneficien a las partes enfrentadas. Esta argumentación si se observa desde la atalaya de la Ética, defensa personal de unos principios universales, puede calar y tener cierta aceptación entre personas amantes de la paz y la concordia, pero como la violencia social entre clases tiene una existencia real de la que no pueden sustraerse las clases. La posición política de la clases explotadas y oprimidas no puede estar dominada por la cultura que justifique la existencia de las clases y las diferencias insalvables entre ellas, sino que debe dirigir la investigación social hacia las raíces de las condiciones económicas que determinan la producción y la distribución de la riqueza, motivo del movimiento de las clases sociales.

La ideología pacifista como intervención social no se centra en la estructura material de la que emana la violencia de clase, situándose, como hace, por ejemplo, el sindicalismo, el reformismo político, etc. en el cómodo marco de los efectos que produce esa estructura sobre determinados estratos sociales (desfavorecidos y excluidos) con el objeto de identificar sus acciones lejos de las raíces de la violencia social para aparcarla en la satisfacción de unas reivindicaciones perfectamente asumibles por la sociedad burguesa (renta social) porque no modifican un ápice la estructura de la producción. Para combatir la violencia que se ceba contra estos estratos sociales proponen formas de lucha pasivas no violentas como son: la objeción de conciencia, es decir, el rechazo a ciertas normas que van en contra de la ética personal, la desobediencia civil, esto es, la insumisión por motivos morales, y la resistencia no violenta, es decir, acciones de masas que muestren el rechazo a las normas que violentan la ética más elemental – Derechos Humanos -, como pueden ser la huelga y el boicot ordenado y pacífico, de acuerdo a la legislación vigente, esto es, de los que ejercen la violencia social. En el contexto internacional, la ideología pacifista apoya e impulsa la diplomacia, esto es, las relaciones dialogadas entre países como forma de resolver sus respectivos intereses sin trastocar el equilibrio de fuerzas que favorece lógicamente a los estados imperialistas, sustentado política y jurídicamente en la O.N.U., organismo internacional de donde se fabrican las relaciones de dominio del capital internacional. Es desde sus grandes y fastuosos salones de donde salen las directrices centralizadas de las relaciones internacionales, en donde se orquestan los embargos económicos, apoyos políticos para desestabilizar y derribar gobiernos no amigos, guerras humanitarias, e incluso invasiones militares, para someter a los distintos estados y clases explotadas a los intereses del capital financiero mundial.

El argumento central para rechazar la violencia de los que la padecen es que contribuye a engendrar mayor violencia, lo que es un motivo suficientemente utilitario para no ejercerla defendiendo el principio ético burgués de someterse a la norma jurídica y a las formas políticas de preservar la paz social. Lo hemos dicho anteriormente pero lo volvemos a decir nuevamente: la violencia social de clase no tiene su raíz en el egoísmo individual que se le presupone a la naturaleza humana, según la ideología burguesa, que tiende a comportarse codiciosamente para conservar y aumentar las propiedades de la familia burguesa, sino en las condiciones materiales en que está organizada la sociedad, que los divide en clases con intereses antagónicos. Estas condiciones, y no otras, constituyen las raíces de la violencia social de clase que no se dirige contra determinados estratos sociales sino contra la clase explotada y oprimida por las relaciones capitalistas de producción, aunque recayendo de manera distinta sobre el conjunto de la clase, afectando a unas capas más que a otras.

¿Se combate la violencia con el pacifismo, la guerra con la paz? Históricamente se ha demostrado en las sociedades divididas en clases sociales que ello no es posible porque la violencia está en la naturaleza de las relaciones económicas. Ha habido intentos de demostrar lo contrario (India, con el movimiento nacionalista de Ghandi en la India o el movimiento a favor de los derechos civiles de Luther en EE.UU., etc.) pero no son reseñables para el caso porque se situaban en un cambio superficial de las relaciones sociales: interburguesas en la India e interraciales en EE.UU. Las clases que han sufrido y sufren la violencia del régimen a las que han estado y están sometidos no le queda otra vía que eliminar las causas de la violencia social para restablecer la paz: es una ley de la dialéctica materialista, la negación de la negación. La paz para los explotados y oprimidos está condicionada inevitablemente a la conquista del poder político; con ello empieza el proceso de la paz duradera. El proletariado, por sus características sociales, y por el tipo de tarea histórica que tiene que realizar, para desembarazarse de la violencia a que está sometida tiene que declarar la guerra a la clase dominante – toma del poder político, destruir el Estado burgués para construir el Estado proletario mediante la guerra popular – para construir una nueva sociedad que elimine las clases sociales y, con ello, se extinga el Estado, órgano donde concentra y ejerce la violencia la clase dominante.

Por terrorismo entienden las burguesías toda difusión, organización y acción armada que vaya dirigida contra su poder de clase, asentado en el Estado. Por eso no es considerado terrorismo las acciones armadas de un Estado, pues se supone que detenta la legitimidad de usar la violencia que le otorga la legislación burguesa. Las leyes de las sociedades burguesas al concebir al Estado como el garante de la convivencia pacífica de los ciudadanos y el defensor del interés general de la población le facultan para usar la violencia contra todo aquello que cuestione su legitimidad. Esta definición es muy amplia, por eso se va matizando a raíz de los acontecimientos que van apareciendo. Es terrorismo la acción armada, o la difusión y organización de dicha acción, contra el poder de la burguesía, aunque puede ser comprensible si este poder está asentado en una dictadura, ajeno al consenso democrático de la burguesía, legitimado por la elección de los representantes populares. Estas acciones armadas o conspirativas contra dicho poder ilegítimo desde el punto de vista democrático burgués no es aceptado aunque sí tolerado por la izquierda democrática reformista pues le va allanando el camino en su retorno al poder al sector democrático de la burguesía que más pronto que tarde ocupará su lugar en el vértice del poder político.

En este sentido, es terrorismo en todo caso, la acción armada que se dirija contra el poder de la burguesía si se ha elegido democráticamente aunque no esté de acuerdo la mayoría de la población (representados en los votos de los partidos que concurren a las elecciones), pues ello se dirime mediante la alternancia en el gobierno, ya sea por medio de una moción de censura, ya sea mediante convocatoria de elecciones generales. Sin embargo, siguiendo la lógica de la política burguesa, no es considerado terrorismo si se preparan o se comenten acciones armadas contra el poder elegido democráticamente que se aparta de los intereses generales imperialistas que se inmiscuyan en los asuntos internos de determinados Estados como Irán, Iraq,Venezuela, Siria, etc. Según la doctrina burguesa dominante, no es considerado terrorismo las acciones armadas de unos Estados (EE.UU., Rusia, Israel, Arabia Saudí) o la misma Unión Europea contra otros Estados que no permiten o pongan reparos a los intereses del imperialismo sobre las injerencias internas, pues es lo que hacen los Estados imperialistas, que son los que fijan el orden internacional al cual tienen que supeditase los demás Estados formalmente soberanos.

El proletariado consciente tiene otro punto de vista sobre el terrorismo, dado que tiene otro interés de clase. El interés general del proletariado revolucionario es la toma del poder político de la sociedad con el objeto de eliminar las condiciones de la producción capitalista, sobre las cuales se divide a la sociedad burguesa en clases. Por eso el proletariado no considera terrorismo toda acción armada contra el poder establecido por la burguesía, sino que tiene en cuenta el objetivo y la forma en que se utiliza la violencia. En este sentido, terrorismo es la acción armada desarrollada por una o varias personas al margen de la participación de las masas pues considera que son estas las que tienen que liberarse como clase con su partido a la cabeza, no como individuos aislados del interés y desarrollo político de la clase. El objeto de la acción armada no es influir en tal o cual decisión del gobierno, siquiera para derrotar a tal o cual gobierno, sino en destruir el poder de la clase explotadora para construir un nuevo poder de acuerdo al objetivo social perseguido: eliminar las clases sociales.

La consideración de terrorismo no está situado en la utilización de las armas en la acción política, sino en el carácter y la finalidad de la praxis de quien la desarrolla. El proletariado tiene como método para derrotar el poder político de la burguesía, sea dictatorial-fascista o democrático-autoritario, la guerra popular, es decir, la organización político-militar del enfrentamiento de clase una vez maduradas las condiciones subjetivas de la revolución proletaria, en donde la existencia del partido comunista es condición necesaria, en oposición a las acciones armadas individuales en nombre de la clase, propio de la esencia individualista de la pequeña burguesía que expresa su desesperación e impotencia a la marcha del desarrollo capitalista. En este sentido, la concepción anarquista de la violencia de clase es deudora de la ideología pequeño burguesa que considera la liberación individual, el individuo por encima de la clase, como el cénit de la libertad, burguesa naturalmente.

La sociedad burguesa está dividida en dos clases fundamentales: la burguesía y el proletariado, siendo el campesinado una rémora de la sociedad feudal en los países menos desarrollados económicamente, que poco a poco se van convirtiendo en pequeños capitalistas o ingresan en el seno del proletariado mediante su conversión en asalariados del campo o la ciudad. Dentro del proletariado hay que distinguir el concepto de masa del de clase, dado que la masa es una categoría práctico-económica, a la cual pertenece todo aquél que vende su fuerza de trabajo a un propietario de medios de producción por un salario, y la clase es un concepto teórico-político, esto es, el movimiento de las masas proletarias por un objetivo común, la defensa de sus intereses económico-político en contraposición a las de los demás clases. Esta conciencia de clase es fruto de un largo proceso que la va adquiriendo el proletariado en su lucha contra la burguesía, en un primera fase con un contenido económico, hasta adquirirla en toda su amplitud como conciencia de clase revolucionaria como consecuencia del desarrollo de la producción capitalista, su experiencia histórica de lucha y la elaboración, asimilación y puesta en práctica de la teoría marxista-leninista.

Para que la actividad de la clase tenga un contenido revolucionario tiene que recorrer un camino histórico-político de larga trayectoria: 1) que de la clase se constituya la vanguardia proletaria, teniendo en cuenta que no surge de su movimiento espontáneo, sino de la conciencia de que hay que aplicar a la lucha de clases una teoría revolucionaria que nace fuera del movimiento espontáneo de las masas pero que lo tiene que aplicar la clase en su movimiento, 2) que la clase se constituya en Partido político revolucionario, teniendo presente que no nace de la vanguardia separado de la clase, sino de la fusión de la vanguardia con la parte más avanzada ideológicamente de la clase como movimiento revolucionario, objetivizando su finalidad en la toma del poder y la construcción de una nueva sociedad afín a los intereses del proletariado como clase: eliminación de las clases sociales.

La primera etapa del enfrentamiento de clases entre la burguesía y el proletariado – la etapa de la formación de la conciencia de clase – se caracterizaba por reivindicaciones económicas y reformas políticas, teniendo un papel histórico importante el sindicato y el partido obrero. En la época del imperialismo ello no es suficiente, pues el desarrollo del régimen capitalista de producción crea las condiciones para un salto cualitativo en la conciencia, pasando de la simple conciencia de clase a la conciencia de clase revolucionaria por la comprensión del carácter histórico del proletariado, que define tanto la teoría marxista como lo refuta la posición que ocupa el proletariado en el proceso de producción capitalista: en tal sentido, el partido obrero y el sindicato ya no pueden ser las organizaciones de vanguardia de la clase obrera, puesto que su labor ha sido superada por la conciencia y las condiciones políticas de la lucha de clases del proletariado, ocupando su lugar el partido comunista como movimiento revolucionario de la clase y las distintas organizaciones que se estructuren de acuerdo al plan político previsto: la revolución socialista. Con lo expuesto hasta ahora todavía no está completa la teoría de la revolución proletaria, pues le falta la parte de la praxis político-militar.

En líneas generales, la Guerra Popular es la etapa de la construcción del nuevo poder, lógicamente con el concurso directo de las amplias masas. Para su realización se ha tenido que reconstituir previamente el Partido Comunista como condición para abordar el proceso de instauración de la Dictadura del Proletariado. La actividad del movimiento revolucionario a través de la acción armada, ejecutada mediante diferentes etapas dependiendo del la madurez alcanzado por el sujeto revolucionario, crea círculos armados que en su ligazón con las masas organizan milicias populares, que en unión con el Ejército Popular forma el tronco militar de la revolución socialista, con el objeto de destruir el viejo orden burgués y la construcción del nuevo poder proletario bajo el imperio del fusil y la inquebrantable voluntad y disciplina del proletario. Es, en esta etapa, cuando realmente el proletariado actúa con intencionalidad revolucionaria ya que está armando su nuevo poder en donde se va a asentar su dictadura de clase con el objetivo de sustituir la propiedad privada capitalista como condición para la producción social.

En las sociedades imperialistas las bases de apoyo en que se va a asentar el nuevo poder revolucionario del proletariado se concentrará en las ciudades de donde partirá el enfrentamiento armado. De aquí se podrán construir estas bases que se irán desarrollando con el objeto de además de asentar su poder, aglutinar a otros círculos de otras ciudades, dependiendo de su fortaleza e influencia, o contrayéndose y replegándose dependiendo de la correlación de fuerzas. Lo importante es asentar el poder y expandirse en el tiempo, crear lazos revolucionarios con otros destacamentos de poder construidos formando un sistema de órganos de poder que funcionen como un acordeón. Las crisis económicas y políticas del imperialismo favorecerán esta estrategia, pero que no son nada si no existe las condiciones políticas para el asalto definitivo de la toma del poder, es decir, el movimiento revolucionario y la aportación de las masas a las taras de la revolución socialista.

Esta línea general tiene que concretarse en el momento en que empiece esta fase con el análisis concreto de la situación concreta de la lucha de clases, tanto a nivel nacional como internacional.

Publicaciones relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba

Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para «permitir cookies» y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en «Aceptar» estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar