La lucha contra la violencia machista hay que enmarcarla en la lucha por el comunismo

Ha terminado el año 2022 como empezó, a manos de la violencia machista. El último mes ha sido terrible pues se han asesinado a 13 mujeres, dejando malherida a otras dos, lo que supone un total  anual de 49 mujeres asesinadas, otras tantas heridas y muchísimas traumatizadas por las palizas y el terror continuado que se ejerce sobre ellas. Si el año pasado terminó así, el 2023 no le va a la zaga pues en los primeros días de Enero han asesinado a otras tantas mujeres. Es una lacra a la que hay que combatir y erradicar…. pero no con la concepción y los métodos que utiliza la burguesía y su Estado pues son, cuando menos, de evidente falta de efectividad. Hay que buscar otras soluciones fuera del marco de la legalidad burguesa y dejar de lamentarse con cada nuevo asesinato.

El movimiento feminista, cada vez que se produce un asesinato machista, vuelve la cabeza hacia el Estado burgués para solicitarle protección. Se desesperan ante cada nuevo asesinato como si no se pudiera hacer otra cosa que quejarse apesadumbradamente, confiando ciegamente en dicho Estado y desconfiando en sus propias fuerzas, como si fuera el poder burgués el encargado de distribuir justicia. Conciben el Estado burgués como el garante de la justicia y la protección social, el que elabora las leyes que darán protección al conjunto de la sociedad, sin reparar que dicho Estado tiene un carácter de clase, aparato para la reproducción de las condiciones de producción capitalista, entre ellos el derecho a la propiedad privada capitalista, monopolizada en una clase, y el derecho a la explotación capitalista de la fuerza de trabajo asalariada por la clase que monopoliza los medios de producción, la burguesía. No comprenden que el Estado burgués es un aparato de dominación de clase y machista, de hecho es el primer y más poderoso machista de la sociedad burguesa, sociedad en el que se miran los agresores sexuales para perpetrar sus asesinatos ya que las mujeres en general son tratadas, además de una mercancía especial apta para ser explotada, como objetos sexuales de carácter privado.

Bien es cierto que hay que diferenciar el feminismo (la teoría de la sociedad según el principio de la división sexual por género y la determinación de la división social del trabajo según aquél principio) del movimiento feminista (la expresión reivindicativa de dicha teoría social que se concreta en la consecución jurídica de la igualdad de género como medio para erradicar la desigualdades entre el género masculino y el femenino). Hay que diferenciarlos porque en el movimiento pueden participar mujeres que no comportan la teoría, como las hay, pero caminando indefectiblemente hacia el reformismo político como su práctica social evidencia. En este sentido, tanto la teoría como su movimiento es de naturaleza burguesa en donde no cabe ningún resquicio para desarrollar una política proletaria en sus filas pues ha nacido con el propósito de combatir al marxismo-leninismo como teoría de la revolución proletaria, lo que no consigue aunque crea falsas expectativas entre las mujeres en cuanto a su liberación sin tener en cuenta la división en clases de la sociedad imperialista. Lo que no se le puede negar es que ha conseguido parte de sus propósitos pues ha ido calando en la parte femenina, fundamentalmente aunque no únicamente, del movimiento comunista, al lograr crear una escisión entre la concepción del mundo y la forma de eliminar las clases sociales que propone el marxismo-leninismo (revolución proletaria mundial y construcción de la sociedad comunista) y la concepción del mundo (división en género de la sociedad bajo el dominio del Patriarcado) y la forma de tratarlo (feminización del poder e igualdad de derechos entre hombres y mujeres).

Como decimos, y así lo confirma cada acción feminista, la lucha como está planteada contra la violencia machista tiene un contenido reformista pues está orientada a que el Estado burgués sea el órgano que abandere esa lucha, que reprima las acciones violentas contra las mujeres por su condición sexual a golpe de reformar la legislación vigente, creando una falsa seguridad entre las mujeres. Este movimiento está dirigido desde sus filas por una élite de burócratas afines al papel del Estado burgués que, delegando sus funciones en dichas dirigentes, no consiguen frenar la violencia machista pues sus métodos son más proclives a la represión (judicial y policial) que a la prevención (cuestionamiento de la sociedad capitalista) en su erradicación. Este movimiento está orientado hacia un corporativismo de género y un reformismo político que en ningún momento pone en cuestión al régimen de producción capitalista. Sus reivindicaciones y proclamas políticas son las propias de una fracción de clase que está más interesada en sus intereses económicos y políticos que en buscar soluciones a las desigualdades sociales dentro de las relaciones que dominan el sistema imperialista. Es claro y evidente que sus aspiraciones fundamentales se sitúan en mejorar su estatus como cualquier fracción de clase dentro del imperialismo, en este caso la mujer como género, con el que están en lo fundamental de acuerdo aunque discrepen con algunos aspectos formales que tratan de resolver a través de reformas jurídicas que fomenten el acceso a la propiedad privada capitalista y a la ocupación de puestos de dirección en el proceso productivo para el género femenino de extracción burguesa.

En el seno del movimiento feminista cohabitan tanto mujeres burguesas como proletarias, aunque estas últimas pintan muy poco, ya que las tesis políticas y la dirección del movimiento son propias de la burguesía: respetar el marco burgués, someter el movimiento a reformas jurídicas que no ponen en cuestión la propiedad privada capitalista, ocupar puestos de dirección en las empresas, darle la autoridad de la política al Estado, etc. El feminismo actuó dentro del movimiento feminista de mediados del siglo pasado aglutinando la lucha de muchas mujeres por sus reivindicaciones democráticas burguesas, entre ellas a muchas mujeres que estaban organizadas políticamente en el movimiento comunista, consiguiendo apartarlas de la concepción marxista-leninista al considerarla que no acogía la liberación de la mujer con el argumento de que la revolución proletaria estaba dirigida por y para los hombres, reduciendo el papel de la mujer a mantenedora y sustentadora de la familia patriarcal que el socialismo no estaba interesado en modificar. El feminismo actuó deliberadamente como disolvente de la ideología proletaria entre las mujeres organizadas políticamente en el movimiento comunista de la época con el burdo argumento de que la ideología machista de sus camaradas seguía presente y dominante en dichas organizaciones para el beneficio de su ascenso político en las organizaciones. El feminismo atrajo a muchísimas mujeres de este movimiento para incorporarlas a las filas de las que algunas son hoy dirigentes institucionales.

La lucha contra la violencia machista es la reivindicación más potente del movimiento feminista, la que atrae a más adeptos a sus filas pues es una realidad sangrante que la sufren mujeres sin distinción de clase. Las soluciones que debe aportar cada clase son radicalmente distintas y no deben ser solapadas u ocultadas pues están ligadas al interés de cada clase. En este sentido, las y los comunistas deben diferir de las feministas, tanto en su contenido como en su forma, porque la respuesta va unida a los intereses estratégicos de la clase a quien se representa. Bien es cierto que dicha violencia tiene un carácter transversal pero su origen proviene de las condiciones sociales de producción, esto es, de las condiciones económicas en que la burguesía como clase dominante explota al proletariado, clase a la que pertenece la mujer asalariada. Si la mujer burguesa se quiere sustraer de dicha violencia no tiene otra salida que unirse al proletariado para su resolución, que pasa en primer lugar por la destrucción del sistema imperialista, a lo que no está dispuesto la burguesía como clase, sea la afectada en dicho caso mujer.

La mujer y el varón proletario, es decir, el conjunto de la clase como tal clase, han de luchar contra la violencia machista como manifestación de las sociedades divididas en clases con una posición distinta, de otra manera a como lo hace la mujer burguesa, esto es, desde la organización de su clase y no desde el Estado burgués, tal como lo hacen las feministas, en nuestro caso. Desde los cimientos de la sociedad imperialista no será posible erradicar el machismo, ni la explotación económica a la que está sometida por ser la fuerza de trabajo una mercancía especial para el capital, por un lado, y un objeto sexual-económico, en el caso de la mujer proletaria, por su aportación en la reproducción de nueva fuerza de trabajo y mantenimiento de la familia tradicional burguesa como aspectos decisivos en la reproducción del capital. Esta debe ser la actitud principal que debe guiar su comportamiento, tanto del varón como de la mujer proletaria. Pero hasta que no se produzca su emancipación como mujer de la clase proletaria, debe luchar para no ser tratada como un objeto susceptible de violencia sexual de cualquier tipo. La mujer proletaria, en particular, debe confiar en sus propias fuerzas y en las de su clase porque su liberación dependerá del triunfo social del proletariado. La lucha contra cualquier violencia debe ser dirigida por su clase, por el partido comunista como vanguardia a través de sus organizaciones de masas.

En el caso de que no esté reconstituido dicho sujeto, deberá luchar desde su clase alejado de las posiciones burguesas, como las que representan el feminismo y su movimiento, de acuerdo a un plan previsto y de manera autónoma y expeditiva contra los ejecutores de la violencia. La lucha por la liberación de la mujer debe ir siempre ligada a la lucha por el comunismo, por la sociedad sin clases.

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